La Recomendacion del Chef

Fragmentos salidos del horno una vez a la semana. El autor recomienda: el amor embotellado o la muerte enjaulada.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Un Cuento de Navidad

Segundo Deseo – El Semidiós en su Laberinto

Dieron las diez de la noche de la víspera de navidad en el momento en que el Doctor Adrian Proust terminó finalmente su investigación sobre la regeneración celular acelerada. Llevaba casi cinco años trabajando en el proyecto, pero finalmente, al verlo concluido, se sentó y respiró complacido.

Lo había encontrado. Después de todo su arduo trabajo, había conseguido aislar el componente de las neuronas que evitaba que estas envejecieran. Más allá de ese punto, todo era relativamente simple. El cáncer terminaría, porque ya no podría crecer libremente; la gente no envejecería, porque podrían crecer células nuevas por el resto de su vida; era el descubrimiento científico más grande del siglo, y probablemente de la humanidad hasta ese momento.

Proust se puso nuevamente de pie, y se acercó a su ventana. La ciudad de Leningrado era tan fría ese día como había sido siempre, pero tal vez la navidad hacía que él la sintiera aún más helada. La nieve casi cubría todos los rincones de la ciudad, y aunque a él de niño, muchos años atrás, le había encantado mirarla con frecuencia, en esta ocasión, era la primera vez que la veía en todo el tiempo que llevaba enfrascado en el “proyecto inmortalidad”, como escuchaba a las personas que pasaban afuera de su laboratorio llamarlo a veces.

***

Adrian Proust siempre había sido un genio solitario. Desde muy pequeño le había encantado la ciencia, y antes que jugar a la pelota o las escondidas con los otros niños en su Lima natal, él prefería quedarse haciendo “experimentos” en el patio trasero de la casa de su abuela.
Nadie se imaginaba a lo que llegaría en ese momento, pero a su mamá ya le preocupaba desde ese entonces que no pareciera fijarse en ningún otro ser humano, para vivir mirando frascos y tubos de ensayo murmurando palabras que los demás entenderían cada vez menos con el paso de los años.

Luego de eso, llevó una vida escolar bastante sencilla. Es cierto, todos los años tenía algún reconocimiento, premio o invitación a conferencias; pero él no prestaba mucha atención. Recibía los premios como si fueran cualquier otra cosa, y luego se iba sin decir mucho ni sonreír.
Toda la gente, desde sus compañeros hasta sus profesores, creían que era muy raro por lo mismo, pero nunca lo molestaban, principalmente porque estaba tan enfrascado en sus cosas todo el tiempo que rara vez se podía llamar su atención para algo.

Era como un pequeño ermitaño, lo que preocupó a su mamá a tal grado que al terminar la secundaria decidió mandarlo al psiquiatra. No había hecho un solo amigo en doce años, eso tenía que ser alguna enfermedad. Sin embargo, al contrario de salir curado por los psiquiatras, salió del consultorio premiado por ellos por su increíble entendimiento de las ciencias médicas sin haber ido nunca a la universidad; lo que lo catapultó directamente a Harvard, luego a un post-grado en John’s Hopkins; y finalmente al laboratorio de Aldrich, en Leningrado, en el que trabajaría el resto del tiempo en los proyectos que a él le parecieran convenientes. De un modo u otro el laboratorio sabía que sacaría mucho dinero.

Por esa misma razón, nadie en la compañía había objetado cuando Proust les pidió despedir o reubicar a todo el personal de su unidad, diciendo que solo le estorbaban. Y la verdad es que era cierto porque, si hay algo que consideraba una distracción innecesaria a esas alturas, era la interacción con otros seres humanos.

Desde ahí, no había vuelto a contactarse bien con otros seres humanos hasta la fecha. Las únicas ocasiones en que se escuchaba su voz, eran aquellas en que le traían nuevos insumos o instrumentos, y lo que más se podía sacar de él era un “gracias”, o un “ya”; en voz ronca y profunda, y siempre sin mirar porque, su trabajo no podía ser interrumpido.

***

- ¿llegaste?-, dijo Proust dándose vuelta para observar al visitante detrás de él.
El niño de las zapatillas negras estaba de pie junto a la puerta, como él se lo había esperado durante mucho tiempo, y casi con total exactitud, como lo había calculado.
- ¿ahora sí recuerdas quién soy?-
- lo recordé hace un momento-
- y no enloqueciste esta vez-
- no, esta vez me hiciste un hombre mucho más científico. Hasta cierto punto puedo verle la lógica a todo este asunto-
El niño sonrió y se acercó a él
- ¿ahora ya estás feliz con mi regalo?-
- la felicidad es un concepto muy complejo hasta para mí. Es mejor decir que estoy complacido de la vida que he llevado-
- Pues, tienes muchos logros ahora y ya no tienes que preocuparte por el resto o por si son o no tus amigos. Eso es lo que querías-
- sí, aunque eso es lo único de mi vida que no me complace-
El niño lo miró un segundo fijamente, y luego se sentó en su silla. – y, ¿por qué es eso?-
- soy un hombre de ciencia teórica, toda mi vida he pensado que los demás seres humanos son relativamente simples de entender y he preferido comprenderlos de forma más estructural-
- no entiendo de lo que hablas-
- siempre me han aburrido los seres humanos como entidades, por eso preferí estudiar la naturaleza que los compone o los rodea. Esa es una forma más simple de decirlo-
- ¿entonces por qué no te complace no tener que preocuparte de lo que los demás sienten por ti?-
- pues, realmente no lo sé. Ese es el problema. La verdad es que es algo que no entiendo, y nunca me había detenido a pensar en ellos hasta que te recordé a ti hace algunos días y recordé mi antiguo anhelo de tener muchos amigos-
- ¿quieres que te dé la respuesta?-
- ¿perdón?-
- que si quieres que te dé la respuesta a por qué no estás complacido con que no te importe nadie más-

Al oír esto, Proust se dio la vuelta sorprendido por primera vez en su vida. - ¿tú sabes el porqué?-

- yo sé muchas cosas-, le contestó el niño encogiéndose de hombros, - no estás contento con esto porque no es natural de los seres humanos vivir absolutamente solos-
- no comprendo-
- los humanos están hechos para vivir en conjunto, por eso forman ciudades. Eso no tiene necesariamente una lógica, es más algo que se siente, es naturaleza humana. Esa es una forma más simple de decirlo-
Proust lo analizó por un momento
- entonces, yo no soy feliz, por lógica-
- no sé si por lógica pero, ¿cómo te sientes?-
- nunca pienso en eso-
- tal vez ese es el problema-, le respondió el niño de las zapatillas negras, y luego se puso de pie. - puedo cambiar tu deseo si eso quieres, aunque no estoy seguro de que así sea-

El científico caminó nuevamente hacia la ventana y observó la ciudad. Había comenzado a nevar.
- dime una cosa, el yo que dio la vuelta a la esquina para encontrarse contigo, ¿cómo se sentía él?, ¿qué era lo que quería realmente?-
- ser popular-
- no, eso no tiene sentido. Eso era solo lo que anhelaba. ¿Qué era lo que quería realmente?, tú debes saberlo-
El niño suspiró, y volvió a cerrar los ojos
- Quería venganza-, dijo finalmente
- eso es lógico, pero no necesariamente es funcional. Eso no resolvería el problema-
- tú pensabas que podías tener muchos “amigos” de nuevo, solo despreciabas la idea porque estabas muy enojado con la persona que sentiste que te los quitó. Por eso querías vengarte, sentías que…
- equilibraría las cosas, aunque no cambiara el escenario en que me encontraba; completó Proust; entiendo. En este momento, me parece una pérdida de tiempo enfocarme en cuestiones emocionales como esa, pero el yo de esta realidad es solo una proyección creada por ti, o en todo caso una realidad alterna. El que debería tomar la decisión sobre el deseo, para que funcione el sistema en teoría debería ser el yo con el que te cruzaste inicialmente-
- entonces, ¿venganza?-
Proust sonrió y miró hacia la ventana una vez más
- a veces hasta yo me pregunto qué se siente amar a las personas, u odiarlas. Es mi deber como científico-
- ya entendí. Entonces tu deseo es una orden-, le respondió el niño, y tronó sus dedos, mientras suspiraba nuevamente, como agotado.
Y así, por segunda vez, el soñador, se desmayó.

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