La Recomendacion del Chef

Fragmentos salidos del horno una vez a la semana. El autor recomienda: el amor embotellado o la muerte enjaulada.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Un Cuento de Navidad

Segundo Deseo – El Semidiós en su Laberinto

Dieron las diez de la noche de la víspera de navidad en el momento en que el Doctor Adrian Proust terminó finalmente su investigación sobre la regeneración celular acelerada. Llevaba casi cinco años trabajando en el proyecto, pero finalmente, al verlo concluido, se sentó y respiró complacido.

Lo había encontrado. Después de todo su arduo trabajo, había conseguido aislar el componente de las neuronas que evitaba que estas envejecieran. Más allá de ese punto, todo era relativamente simple. El cáncer terminaría, porque ya no podría crecer libremente; la gente no envejecería, porque podrían crecer células nuevas por el resto de su vida; era el descubrimiento científico más grande del siglo, y probablemente de la humanidad hasta ese momento.

Proust se puso nuevamente de pie, y se acercó a su ventana. La ciudad de Leningrado era tan fría ese día como había sido siempre, pero tal vez la navidad hacía que él la sintiera aún más helada. La nieve casi cubría todos los rincones de la ciudad, y aunque a él de niño, muchos años atrás, le había encantado mirarla con frecuencia, en esta ocasión, era la primera vez que la veía en todo el tiempo que llevaba enfrascado en el “proyecto inmortalidad”, como escuchaba a las personas que pasaban afuera de su laboratorio llamarlo a veces.

***

Adrian Proust siempre había sido un genio solitario. Desde muy pequeño le había encantado la ciencia, y antes que jugar a la pelota o las escondidas con los otros niños en su Lima natal, él prefería quedarse haciendo “experimentos” en el patio trasero de la casa de su abuela.
Nadie se imaginaba a lo que llegaría en ese momento, pero a su mamá ya le preocupaba desde ese entonces que no pareciera fijarse en ningún otro ser humano, para vivir mirando frascos y tubos de ensayo murmurando palabras que los demás entenderían cada vez menos con el paso de los años.

Luego de eso, llevó una vida escolar bastante sencilla. Es cierto, todos los años tenía algún reconocimiento, premio o invitación a conferencias; pero él no prestaba mucha atención. Recibía los premios como si fueran cualquier otra cosa, y luego se iba sin decir mucho ni sonreír.
Toda la gente, desde sus compañeros hasta sus profesores, creían que era muy raro por lo mismo, pero nunca lo molestaban, principalmente porque estaba tan enfrascado en sus cosas todo el tiempo que rara vez se podía llamar su atención para algo.

Era como un pequeño ermitaño, lo que preocupó a su mamá a tal grado que al terminar la secundaria decidió mandarlo al psiquiatra. No había hecho un solo amigo en doce años, eso tenía que ser alguna enfermedad. Sin embargo, al contrario de salir curado por los psiquiatras, salió del consultorio premiado por ellos por su increíble entendimiento de las ciencias médicas sin haber ido nunca a la universidad; lo que lo catapultó directamente a Harvard, luego a un post-grado en John’s Hopkins; y finalmente al laboratorio de Aldrich, en Leningrado, en el que trabajaría el resto del tiempo en los proyectos que a él le parecieran convenientes. De un modo u otro el laboratorio sabía que sacaría mucho dinero.

Por esa misma razón, nadie en la compañía había objetado cuando Proust les pidió despedir o reubicar a todo el personal de su unidad, diciendo que solo le estorbaban. Y la verdad es que era cierto porque, si hay algo que consideraba una distracción innecesaria a esas alturas, era la interacción con otros seres humanos.

Desde ahí, no había vuelto a contactarse bien con otros seres humanos hasta la fecha. Las únicas ocasiones en que se escuchaba su voz, eran aquellas en que le traían nuevos insumos o instrumentos, y lo que más se podía sacar de él era un “gracias”, o un “ya”; en voz ronca y profunda, y siempre sin mirar porque, su trabajo no podía ser interrumpido.

***

- ¿llegaste?-, dijo Proust dándose vuelta para observar al visitante detrás de él.
El niño de las zapatillas negras estaba de pie junto a la puerta, como él se lo había esperado durante mucho tiempo, y casi con total exactitud, como lo había calculado.
- ¿ahora sí recuerdas quién soy?-
- lo recordé hace un momento-
- y no enloqueciste esta vez-
- no, esta vez me hiciste un hombre mucho más científico. Hasta cierto punto puedo verle la lógica a todo este asunto-
El niño sonrió y se acercó a él
- ¿ahora ya estás feliz con mi regalo?-
- la felicidad es un concepto muy complejo hasta para mí. Es mejor decir que estoy complacido de la vida que he llevado-
- Pues, tienes muchos logros ahora y ya no tienes que preocuparte por el resto o por si son o no tus amigos. Eso es lo que querías-
- sí, aunque eso es lo único de mi vida que no me complace-
El niño lo miró un segundo fijamente, y luego se sentó en su silla. – y, ¿por qué es eso?-
- soy un hombre de ciencia teórica, toda mi vida he pensado que los demás seres humanos son relativamente simples de entender y he preferido comprenderlos de forma más estructural-
- no entiendo de lo que hablas-
- siempre me han aburrido los seres humanos como entidades, por eso preferí estudiar la naturaleza que los compone o los rodea. Esa es una forma más simple de decirlo-
- ¿entonces por qué no te complace no tener que preocuparte de lo que los demás sienten por ti?-
- pues, realmente no lo sé. Ese es el problema. La verdad es que es algo que no entiendo, y nunca me había detenido a pensar en ellos hasta que te recordé a ti hace algunos días y recordé mi antiguo anhelo de tener muchos amigos-
- ¿quieres que te dé la respuesta?-
- ¿perdón?-
- que si quieres que te dé la respuesta a por qué no estás complacido con que no te importe nadie más-

Al oír esto, Proust se dio la vuelta sorprendido por primera vez en su vida. - ¿tú sabes el porqué?-

- yo sé muchas cosas-, le contestó el niño encogiéndose de hombros, - no estás contento con esto porque no es natural de los seres humanos vivir absolutamente solos-
- no comprendo-
- los humanos están hechos para vivir en conjunto, por eso forman ciudades. Eso no tiene necesariamente una lógica, es más algo que se siente, es naturaleza humana. Esa es una forma más simple de decirlo-
Proust lo analizó por un momento
- entonces, yo no soy feliz, por lógica-
- no sé si por lógica pero, ¿cómo te sientes?-
- nunca pienso en eso-
- tal vez ese es el problema-, le respondió el niño de las zapatillas negras, y luego se puso de pie. - puedo cambiar tu deseo si eso quieres, aunque no estoy seguro de que así sea-

El científico caminó nuevamente hacia la ventana y observó la ciudad. Había comenzado a nevar.
- dime una cosa, el yo que dio la vuelta a la esquina para encontrarse contigo, ¿cómo se sentía él?, ¿qué era lo que quería realmente?-
- ser popular-
- no, eso no tiene sentido. Eso era solo lo que anhelaba. ¿Qué era lo que quería realmente?, tú debes saberlo-
El niño suspiró, y volvió a cerrar los ojos
- Quería venganza-, dijo finalmente
- eso es lógico, pero no necesariamente es funcional. Eso no resolvería el problema-
- tú pensabas que podías tener muchos “amigos” de nuevo, solo despreciabas la idea porque estabas muy enojado con la persona que sentiste que te los quitó. Por eso querías vengarte, sentías que…
- equilibraría las cosas, aunque no cambiara el escenario en que me encontraba; completó Proust; entiendo. En este momento, me parece una pérdida de tiempo enfocarme en cuestiones emocionales como esa, pero el yo de esta realidad es solo una proyección creada por ti, o en todo caso una realidad alterna. El que debería tomar la decisión sobre el deseo, para que funcione el sistema en teoría debería ser el yo con el que te cruzaste inicialmente-
- entonces, ¿venganza?-
Proust sonrió y miró hacia la ventana una vez más
- a veces hasta yo me pregunto qué se siente amar a las personas, u odiarlas. Es mi deber como científico-
- ya entendí. Entonces tu deseo es una orden-, le respondió el niño, y tronó sus dedos, mientras suspiraba nuevamente, como agotado.
Y así, por segunda vez, el soñador, se desmayó.

domingo, 21 de noviembre de 2010

El Doctor en su Hora Final

Fue cuando Santiago estaba yendo ya al nido la tragedia tocó la puerta de la familia de la Torre.

Yo aún no nacía en aquel entonces, pero mi padre me pasó ese recuerdo en particular de manera extraordinariamente nítida, como si supiera que yo fuese alguna vez a contar la historia que él no vivió para ver completa.

Ya todos han olvidado qué lo provocó, si fue la ebriedad de uno de los conductores, la mala señalización de las calles de lima, o una neblina muy densa que se posó sobre Miraflores y Barranco, pero el caso es que en el sexto cumpleaños de Santiago, lima se estremeció con un choque monumental de varios ómnibus en la vía expresa. El desastre fue tan grande que faltaron ojos para mirar a todas las víctimas. Produjo cerca de quinientos heridos, doscientos de gravedad, y cincuenta en estado de emergencia inmediata, estos últimos, niños en su mayoría.

Nadie se sorprendió entonces de que el doctor Fernando de la Torre, a puertas de ser propuesto como el siguiente jefe de pediatría, tomara total responsabilidad de la atención de los heridos. Y aunque María hubiera preferido que su esposo estuviera en el cumpleaños de su pequeño hijo; enterrado como siempre en un mar de pelotas y artilugios de plástico con él, cortando el pastel mientras simulaba ser un samurai que terminaba con algún detractor de su emperador para divertir a los niños, y haciendo reír a todas las madres de los pequeños con su sentido del humor fresco e irresistible a la vez; sabía perfectamente que el privar a su esposo de la posibilidad de hacer los milagros que hicieran falta para salvar las vidas de esos heridos sería quitarle parte de las facultades de las que ella se había enamorado.
“Puedes hacerlo cariño, Santiago y yo te deseamos la mejor de las suertes”, fue lo último que le dijo antes de colgar el teléfono en la que sería, sin saberlo ella, la última conversación de sus vidas.

Al día siguiente todos los periódicos lo vitoreaban. “DOCTOR SALVA MÁS DE TRESCIENTAS VIDAS EN UNA NOCHE”, “MILAGRO DE LA MANO DE UN MEDICO PERUANO”, “DOCTOR FERNANDO DE LA TORRE NOMINADO PARA MÉDICO DEL AÑO”, los titulares cantaban su victoria sobre la muerte de esquina a esquina del país, y María no podía estar más orgullosa. “debe venir corriendo a vernos para celebrarlo”, le dijo a Santiago esa mañana mientras el chico se alistaba para la escuela, “tu papá puede hacer milagros, ¿sabes?, debemos estar orgullosos de él”. Santiago no respondió, pero en su silencio compartía la alegría de su madre. Él prefería guardar toda su emoción para cuando su mejor amigo regresara a casa.
Sin embargo, dieron las tres de la tarde sin señales de Fernando y su hermosa mujer comenzó a preocuparse. “debe de seguir en el hospital recibiendo las felicitaciones de las familias, decía ella, no debemos molestarlo por angustias todavía”. Así, con ese mismo discurso llegaron las cinco, las siete y luego las nueve, y él todavía no aparecía. Finalmente María decidió llamar al hospital, cuando la última de diez campanadas de su reloj de pared hubo terminado de sonar. Su desconcierto fue inmediato; el doctor Fernando de la Torre había rechazado todas las entrevistas para abandonar el hospital cerca de las cinco de la mañana y estar con su mujer e hijo antes de que el alba rociara sus primeros rayos sobre la ventana de Santiago. “le prometí ver los dibujos hoy con él, y mi hijo se levanta más temprano que su padre”, era lo último que había dicho con una sonrisa antes de abandonar el hospital.
María cayó de rodillas angustiada al oír el misterioso reporte de la enfermera que le había respondido el teléfono. “de seguro quería que te angustiaras, debe ser alguna de esas enfermeras envidiosas que andan enamoradas de Fernando”, la consoló su padre unas horas mas tarde cuando todavía no habían ni señales del heroico médico; pero fue inútil. Ella sospechaba por la voz de la enfermera que no habían malas intenciones en el reporte, sino una despistada honestidad, como si pensara que el doctor ya estaba en casa con su familia.
Dos horas más de llanto vinieron antes de que el anuncio final llegara, de la mano de alguien que nunca antes se había visto en esa casa.

Alto y bronceado como Fernando, de cabellos castaños y expresión pícara, aunque suprimida por completo por la naturaleza del mensaje que tenía que enviar, un extraño envuelto en un abrigo negro tocó la puerta de la casa de María y Santiago, al rededor de las cinco de la mañana.
“buenas noches; dijo al entrar implacablemente haciendo a un lado al padre de María, como si fuese un miembro más de la familia; tú debes de ser María”
La chica levantó la mirada llorosa por un momento, pero ni por un segundo un ápice de esperanza apareció en su rostro. Era como si se anticipara lo que le iba a decir el misterioso extraño que estaba de pie en su sala, cual fuese un intruso colocado ahí por la mano misma de dios.
“no me conoces pero soy amigo de Fernando, me llamo Carlos Santander”; continuó diciendo ante el estupor de los abuelos de Santiago, que como por arte de magia se habían quedado inmóviles; “tengo noticias de él”.

Lo que vino luego fue una pesadilla que estremeció a casi todo Lima. Las enfermeras que tanto adoraban a su adonis de bata blanca y estetoscopio al cuello le lloraron un río de lágrimas y desearon haber retenido a Fernando hasta la mañana, cuando no tuviese tanto sueño para conducir; las familias de todos los heridos que salvó la noche anterior a su propio fallecimiento le hicieron un homenaje tan grande que fue televisado hasta al último rincón en provincias; todos los médicos de la clínica dejaron de trabajar dos días en los cuales un luto generalizado vistió de negro a todo el sector de salud de la ciudad, y hasta la gente dejó de enfermar y accidentarse, como si no quisieran interrumpir los funerales con pequeñeces sin importancia. No había dormido ni un segundo las cuarenta y ocho horas antes de la tragedia para tener el día del cumpleaños de Santiago libre, y aún sabiendo eso Fernando había salido corriendo a su casa para cumplirle un capricho inocente a su hijo.
Lo único bueno de su insensatez fue que nunca supo qué le pasó realmente. Se durmió al volante y anduvo medio minuto guiado por la divina providencia sin chocar con nada. Fue solo cuando el auto se detuvo por inercia en mitad del camino que un chofer de ómnibus distraído por el apuro de su día, la música alta de su radio, y el manto de neblina que cubría la ciudad como tantas otras mañanas falló en verlo, y chocó con él a toda velocidad, comprimiendo su pequeño auto y volcándolo de lado después de que diera varias vueltas de campana. Fue una muerte instantánea, y cuando separaron el cuerpo sin vida de Fernando del auto deformado también descubrieron que fue casi indolora; había una sonrisa distraída en sus labios como si simplemente se hubiera ido a dormir para levantarse al día siguiente.

María, por su parte, no fue al funeral. Fue tanto su dolor que se encerró en su casa odiando a Dios por haberle quitado al príncipe azul que él mismo le había dado antes. Las primeras semanas no quiso comer, deseaba morir abandonándose a su sufrimiento, dejándose devorar por la oscuridad que se estaba adueñando de su corazón. A duras penas y hacían que tomara algo de sopa con engaños, o que recibiera forzosamente alguna inyección de suero para mantener su cuerpo funcionando, porque la mujer que quedaba después de la tragedia no podía decirse que estuviera viva. Perdió la claridad de la vista por meses por la constante cantidad de lágrimas que le escurrían de los ojos todos los días, al punto que sólo podía ver a su hijo entrando y saliendo de la casa de la mano de su abuela; y también dejó de hablar como si su cuerpo hubiera cerrado para siempre toda comunicación con el mundo humano.

Santiago simplemente no entendía, una criatura como él no veía la diferencia entre su papá durmiendo en su cama o en ese frío ataúd de madera en el que lo pusieron para darle el último adiós.
“papá podría estar incómodo, y ni siquiera le han puesto la pijama”, fue lo único que dijo el día del entierro, mirando sin comprender la multitud de caras llorosas por que su padre dormía.

[Aperitivo de "Una Flor Para Santiago"]

jueves, 4 de noviembre de 2010

Juegos Infantiles

Quizá Dios no manda el dolor por un motivo. Talvez no lleva a la muerte a la gente que queremos para probarnos, o para enseñarnos algo; quizá ni siquiera manda el dolor por el dolor. Si somos a imagen y semejanza suya, ¿no es posible que sea simple ansiedad? Talvez Dios es solo un niño que crea juguetes y los envía al mundo a crear historias que lo diviertan y, como todo niño, cuando se ha encariñado demasiado con uno, lo jala a su presencia para verlo más de cerca, desde todos los ángulos posibles. ¿No sería eso maravilloso?, ¿que Dios fuera solo un niño que aun no crece?.

[Aperitivo de "Delirios"]

miércoles, 20 de octubre de 2010

Consecuencias Irreparables

David cruzó la plataforma once, y se detuvo de golpe. Ahí estaba ella, esperando el tren con una maleta en las manos. Su rostro mostraba mucho cansancio, aunque sus ojos estaban cubiertos por lentes, y su energía era tan pesada que parecía hacer la atmósfera del lugar todavía más densa de lo que era por estar bajo tierra.
- Nicole-, dijo casi dudando de sus palabras, acercándose lentamente a la chica.
Ella volteó a mirarlo, pero no dijo nada, simplemente volvió a concentrarse en el tablero que mostraba las horas de llegada de los trenes, después de darle un rápido vistazo.
- Nicole, no puedes estar hablando en serio. Vamos a casa, por favor-
La chica continuó sin inmutarse
- Nicole, te amo; le dijo el chico, acercándose hasta estar a medio metro de ella; por favor, ven conmigo-
La chica entonces se volvió a verlo una vez más. Luego, se quitó los lentes. Sus ojos estaban muy enrojecidos, y todavía algo hinchados por lo mucho que había llorado el día anterior.
- no puedo-, le dijo muy decidida
- sí puedes. No tienes que irte, podemos arreglar las cosas…
- no, no podemos. No hay nada que arreglar entre nosotros, David, ese es el problema; le respondió la chica; no nos hemos peleado, ni nos hemos hecho cosas malas el uno al otro, ni estamos enamorados de otras personas, ni nada por el estilo-
- entonces, ¿por qué te vas?-
- porque te di a escoger entre la guerra y yo, y al final, escogiste ir a la guerra-
- me necesitaban, no había nadie más que pudiera guiarlos, y no podía dejarlos solos. Hubieran perdido, y todo se habría ido al demonio, para todos, no solo para los psíquicos, para los humanos también; para ti y para mí-
- es que tú todavía no lo entiendes. No te di a escoger entre ayudarlos o no. Quería que escogieras entre una vida normal conmigo, o la vida que llevas como líder de los psíquicos, eso era lo que tenías que decidir-
David guardó silencio
- Tú siempre dices que la vida te ha obligado a ser el líder de todos, a guiar a los demás, a pelear contra otros. Bueno, por primera vez podías escoger no tener esa vida, y dejarle a otros el trabajo que tú llevas años haciendo. Y, ¿qué fue lo que escogiste?-
- No es tan sencillo. Nadie más los hubiera guiado como yo, y no podía simplemente dejarlos a la deriva. La única razón por la que no cedí el liderazgo fue porque nadie tenía la experiencia y la decisión para…
- no, David, eso es lo que tú quieres pensar; lo interrumpió la chica; pero no es enteramente cierto. La verdad es que aunque no quieras aceptarlo, tú mismo no sabrías quien eres si no peleas. Necesitas tanto de estas guerras en las que viven metidos tú y todos tus amigos como los psíquicos necesitan de ti. Todo este mundo es parte de ti, y antes no pude entenderlo porque yo también estaba empeñada en que podíamos llevar una vida normal pero, tiene mucho sentido cuando lo piensas. Toda tu vida has sido un psíquico, igual que fue con tu papá. Está en tu sangre y es la vida que conoces; por más que yo quiera cambiar eso, siempre va a haber algo dentro de ti que te haga querer ir a pelear por tu gente, como un instinto básico de supervivencia-
David quiso responder, pero no pudo articular ninguna respuesta.
- ¿ves?, sabes que tengo razón; dijo Nicole sonriendo, ahora con los ojos levemente humedecidos por lágrimas; en el fondo siempre lo supiste-
- No. Nicole, yo quiero una vida contigo. Sé que escogí pelear, y tal vez tienes razón sobre que el liderazgo es mi vida. Pero al final del día sigo siendo un ser humano. Psíquico o no, sigo teniendo el control sobre mi vida; y puedo decidir cambiar. Puedo escoger dejarlo todo por ti-
- Cariño; le contestó la chica acariciándole el rostro; si fuera así, ya lo habrías hecho esta vez. No trates de engañarte. No es así como quieres vivir, escondiéndote como un humano común y corriente. Tú todavía quieres estar a la cabeza y tomar la responsabilidad por todo; y esa es una de las razones por las que me enamoré de ti en primer lugar. Pero, aunque pueda amarte así como eres, ya no puedo seguir contigo. Ahora necesito a alguien que al final del día solo tenga la responsabilidad de volver a casa, conmigo-
- por favor; dijo el chico, esta vez casi en un ruego; por favor, quédate. Todas los demás se han ido-
- No puedo; le respondió ella mientras el sonido del tren acercándose comenzaba a oírse resonar en las paredes de la terminal; tienes muchas cosas por las que pelear. Eres un héroe, no lo olvides, necesitas estar fuerte para tu gente-

Y una vez dicho esto, la chica sacó de su bolsillo la caja negra que David le había dado dos meses atrás y la depositó en las manos del chico. Detrás de ella, las puertas del subterráneo se abrieron, y la gente comenzó a bajar de él.
- somos lo que somos, y nada más; le dijo sonriendo; y sé que un día encontrarás a alguien que pueda usar ese anillo con todo lo que implica, y que te ame, tal y como eres, aunque no pueda ser yo-
- no quiero a nadie más-
- pero la vas a encontrar, aunque no quieras y, cuando la encuentres, ella se va a quedar contigo para siempre; porque así es la vida-, le contestó Nicole, y luego cerró los ojos y, parándose sobre las puntas de sus pies, le dio un beso profundo.

[Aperitivo de "Psíquicos Entre Nosotros"]

lunes, 6 de septiembre de 2010

La Estupidez de los Eruditos

Mientras más estudio, más cuenta me doy de lo muy empeñados que estan todos los profesores en volvernos irremediablemente estúpidos. Nos hacen leer metódicamente a gente como Hegel, Kant, Marx, Simone de Beuvoir o Nietzsche; y por otro lado nos dicen que los sentimientos y las emociones que presentamos, especialmente mientras más relacionadas al amor y la fé estén, son un obstáculo para nuestro razonamiento lógico y nuestro consiguiente éxito. Hoy, por ejemplo, asistí a clase y me topé con una mujer que hablaba de como los médicos "acababan de descubrir" que los efectos del amor sobre el organismo eran muy similares a los de las drogas; y por tanto era muy recomendable cesar toda relación amorosa antes de los seis meses, para evitar la adicción.

Ahora, viéndola objetivamente, sus cincuenta años sin un matrimonio, ni hijos, dedicada al trabajo, habiendo realizado quien sabe cuantas maestrías y doctorados, y hablando de manera soberbia como si tuviera todas las respuestas de un iluminado bajo la manga no puedo evitar pensar en lo triste que debe ser llegar a un punto en el cual uno ha acumulado tanto, tanto conocimiento, que hasta piensa objetivamente sobre el amor, el sentimiento más ilógico y mas hermoso que existe. Que gran estupidez pueden cometer los ilustrados, pasar por alto la felicidad que dan las cosas más irracionales de la vida. Una gran estupidez colectiva: Creer que la lógica nos lleva a la felicidad.

[Aperitivo de "Cómo No Ser Un Ilustrado"]

domingo, 29 de agosto de 2010

La Regla de Oro

Era de noche. Los faros a los lados de la acera estaban encendidos, y las sombras que proyectaban parecían moradores silenciosos de la noche. Del otro lado de la calle, un chico caminaba silenciosamente, como no queriendo ser detectado. Antes de cruzar, miró a ambos lados, y luego se movió rápidamente, buscando esquivar todas las miradas posibles. Realmente no hacia demasiada falta tanta precaución, no había casi nadie cerca del parque a esa hora, pero por la naturaleza de lo que estaba haciendo, su conciencia no le permitía relajarse y andar sin tener todos los sentidos aguzados.

Brincó sin demasiado esfuerzo la reja del parque, y luego se zambulló entre la maleza y los árboles que bordeaban el parque hasta poder llegar al centro de este. En una especie de claro, al centro del cual había una recién colocada pileta de aguas cristalinas, había otra persona de pie, aparentemente tan nerviosa como él, y mirando a todos lados como buscando algo desesperadamente.

El chico sonrió, emergió de entre los árboles, y luego caminó hacia la persona junto a la pileta, quien apenas lo vio pareció exhalar aliviada, y se quitó un gorro que traía puesto para dejar caer una larga cabellera rubia sobre sus hombros.
- me gusta cómo te has cortado el pelo-, le dijo el chico sonriendo, y luego se agachó para besar a la chica, que aún así tuvo que empinarse para poder responderle el beso.
- te extrañé mucho-, le dijo ella con una voz sumamente dulce, abrazándolo efusivamente
- lo sé, yo también te extrañé mucho, princesa-
- ¿recuerdas qué día es hoy?-
- nunca podría olvidarlo-, le contestó él, y sacó de su bolsillo una pequeña caja azul con un moño blanco adornándola encima.
- no puedo creer que ya haya pasado tanto tiempo-, le respondió ella, y le entregó a la vez una pequeña carta doblada en papel rosado.
- yo tampoco. Un año es mucho más tiempo del que pensé que pasaría antes de que nos agarraran-
- yo no, nunca lo dudé. Pero; dijo la chica abriendo ligeramente la caja que le habían entregado para dar un vistazo rápido a su contenido; si ya te cansaste de eso entonces, ¿por qué no?...
- no podemos, la interrumpió el chico agachándose un poco para poder verla a los ojos, tú sabes que hay por lo menos tres razones por las que nos asesinarían si se enteraran-
- pero es que Danny, yo quiero poder…
- yo también, pero tenemos que esperar un tiempo. En serio, puedo resolverlo si confías en mí-

“Crack”, se escuchó entonces el crujir de ramas en la cercanía, y la chica se escondió rápidamente detrás de su novio.
- Danny, ¿qué es eso?-
- Shhh, respondió él tratando de escuchar claramente, creo que alguien nos está espiando-
- ¿qué?-
- que alguien los está mirando, Andrea; interrumpió una voz desde detrás de ellos, y los chicos se dieron vuelta reconociendo al instante de quién se trataba; así que esto era lo que me ocultaban-

Un segundo chico, rubio, alto y de ojos azules que ahora observaban entre serios y enfadados, había salido del mismo lado por el que había llegado Danny antes, y apuntaba inmóvil un arma hacia los dos chicos.
- Ricardo, íbamos a decírtelo-
- sí, simplemente se les olvidó, ¿verdad?-
- lo siento, de verdad lo lamento mucho-, dijo Danny levantando una mano y escondiendo a Andrea detrás de él con la otra.
- ¿lo sientes? yo confié en ti, eras como mi hermano; le dijo el chico sumamente enfadado; ¿y tú qué hiciste?-
- no comprendes, yo la quiero, no estoy jugando con ella, y…
- era la regla de oro; interrumpió antes de dejarlo terminar; Danny, tu sabes cuál es el precio que tienes que pagar-
- ¡no!, gritó Andrea, por favor, estoy enamorada de él, por favor entiende eso, no tiene nada de malo-
- cállate-, respondió el chico del arma, y luego jaló del gatillo sin pensarlo más.

Danny cerró los ojos y esperó el final. Sin embargo, pasaron varios segundos desde oído el disparo, y el chico se sentía todavía consciente, por lo que los abrió de nuevo solo para darse cuenta de que todo a su alrededor había desaparecido. Se hallaba de alguna forma en una oscuridad absoluta, carente de sonido, y que parecía no tener fin ni nada dentro de ella, salvo el cuerpo de su prisionero, que estaba de pie en un piso invisible.
- ¿esto es la muerte?-, dijo haciendo resonar la infinidad de tinieblas
- no, oyó retumbar una voz detrás de él, estos son tus sueños.-

El chico se dio la vuelta, y se quedó extrañado ante la vista. No había nadie cerca, pero un pequeño libro negro flotaba brillando en ese universo oscuro, como si estuviese ahí sujeto por algo invisible, misteriosamente inquietante.
- ¿quién dijo eso?-
- fui yo-, escuchó sonar nuevamente
- ¿yo quién?-
- el libro-
- el libro. ¡Vaya, que sueños tan raros tengo!-, exclamó riendo el chico
- sí, ya lo creo; le contestó la voz sin ofenderse; porque soñar que mueres por proteger a Andrea…
Danny hizo silencio inmediatamente

- no sólo es en tus sueños de noche, ¿verdad?, a veces sueñas despierto que la llamas princesa, y que la haces feliz, y que te deja hacerla feliz. Pero, esa no es la realidad, ¿cierto?-
- ¿qué quieres de mí?, déjame despertarme y ya, este es un sueño estúpido-
- cálmate. Vine a ofrecerte algo, nada más-
- ¿qué?-
- vine a ofrecerte una oportunidad como ninguna. Yo puedo hacerte realidad esos sueños que tienes-
- claro-, dijo sarcásticamente Danny
- es en serio. ¿No quisieras que Andrea de verdad te viera como su príncipe, y no solo tuvieras que soñar con que lo hace?-
- y, ¿tú que sabes de eso?-
- más de lo que crees. Mi especialidad es conceder deseos, a eso me dedico yo-
- y seguro lo haces de buena voluntad-
- me ofendería que pensaras lo contrario-
- sí, claro, esa clase de favor no se hace gratis, ¿qué ganas tú con ayudarme?-
- gano la diversión de ver cómo las cosas te salen como quieres, para variar. Porque ya debes estar cansado de andar con viejas todo el día, supongo-
- claro, soy tan estúpido como para creer eso-
- estúpido no, eres lo suficientemente listo como para dudar, y eso me gusta; pero en este caso lo que más te conviene es aceptar, ¿no? A fin de cuentas, esto es solo un sueño-

Danny lo pensó por un segundo
- piensa en todo este tiempo. La has mirado en silencio, siempre pensando en todas las consecuencias que te traería hacer algo con ella, sabiendo que está dentro de tus posibilidades pero alejándote porque sería, “romper la regla de oro”. ¿Cuánto tiempo más quieres vivir haciendo lo que otros quieren que hagas? Lo que quieres no es nada inmoral, solo porque no lo acepten los demás, ¿o sí?-
- creo que no-
- entonces, dijo el libro abriéndose a la mitad y haciendo aparecer una pluma junto a él, Firma-
- no, no voy a caer; dijo Danny haciendo la pluma a un lado de un manotazo; no voy a firmar nada así que vete-
Y habiendo dicho esto, el chico intentó marcharse. Sin embargo, detrás de él se oyó un chasquido de dedos, y de inmediato cientos de imágenes saltaron a su alrededor, retratando a Andrea y a él mismo en diferentes etapas de sus vidas.
- ¿cómo?...
- los he estado observando, y quise ayudarte porque sé lo mucho que la quieres. ¿Ves?, lo he visto por años-
Danny no respondió
- ¿qué tienes que perder?, todo esto es sin grandes consecuencias; le susurró el libro al oído mientras el chico miraba inmóvil una foto de él cargando a Andrea años atrás para que pudiera subir a la montaña rusa; estarías a un paso de esa felicidad que tanto quieres-
- ¿sin consecuencias?-
- sin grandes consecuencias, palabra de honor… Solo un par de cláusulas sin importancia, pero hablaremos de eso luego-
El chico tomó la pluma de donde la había botado, y luego se paró frente al libro.
- no importa, es un sueño-; se dijo a si mismo, y luego firmó sin pensarlo más.

[Aperitivo de "El Contrato", en la colección "Cuentos Secretos"]

sábado, 31 de julio de 2010

Los Sueños de Veronica

- ¿cómo te sientes hoy, Verónica?; preguntó el doctor Santisteban abriendo su libreta de notas; ¿amaneciste bien?-

Verónica levantó la mirada. Sus ojos estaban levemente hinchados, como todas las mañanas, pero no por la falta de sueño sino por el exceso del mismo. Ese era un día más de esos en que se sentía miserable, solo por el hecho de haber despertado. Esbozó una sonrisa débil y asintió con la cabeza.

- que bueno; dijo el doctor; cuéntame, ¿Qué soñaste ayer?-
Verónica lo miró fijamente por un segundo antes de responder. - Lo mismo de siempre, doctor-
- vas a tener que ser un poco más específica-
- soñé con Juan Carlos-
- y en tu sueño, ¿qué hacías con Juan Carlos?-
- era un día normal, el 28 de julio del año pasado. Como todos los días antes del accidente nos despertamos, me besó, tomamos juntos el desayuno. Luego se fue a trabajar, y yo me quedé en la casa. Hice el almuerzo y limpié hasta que volvió. Almorzamos, hicimos el amor, y descansamos toda la tarde. Fue un día tranquilo, como cualquier otro, hasta la hora de dormir-
- ¿qué te hace decir eso?, ¿pasó algo a la hora de dormir?-
- le suplique que no me dejara dormir. Que si lo hacía probablemente terminaría de nuevo aquí, frente a usted-
- y, ¿no te hizo caso?-
La mujer negó con la cabeza
- Verónica; dijo el doctor, reclinándose en su silla; me preocupa que nos veas como una especie de situación que quieres evadir a toda costa. Estos sueños que tienes, claramente nos dicen que tú no quieres afrontar la realidad-
- sé perfectamente cuál es la realidad doctor-
- ¿cuál es la realidad?-
- Juan Carlos, mi esposo, está muerto. Murió en un accidente automovilístico porque yo quería ir a comer fuera, a última hora. Yo sobreviví-
El doctor Santisteban miró a su paciente en silencio. Decía la verdad, pero su mirada indicaba odio, repudio, como si estuviera repitiendo una mentira fabricada que convenía más que la verdad.
- puedes retirarte. Terminamos por el día de hoy-, dijo el doctor, y luego Verónica se puso de pie y salió del cuarto.

- diagnóstico; empezó a decir Santisteban encendiendo su grabadora de bolsillo; delusiones severas. La paciente continúa creyendo que su esposo sigue con vida y que sus sueños la transportan al pasado antes del accidente. Tiene una sólida creencia en que genuinamente puede regresar en el tiempo por pequeños detalles que ve, y reproduce los días de antes del accidente de manera secuencial progresiva, uno por uno, como si fuera otra vida que lleva paralelamente a esta, al mismo ritmo. Además, muestra poca credibilidad en mí y en el tratamiento que lleva, y aunque está bajo medicación contra la agresividad, tiene una actitud pasivo-agresiva. Se requiere más observación para determinar un tratamiento efectivo-
Verónica caminaba por el pasillo mirando las ventanas de las puertas en cada cuarto. Había pasado casi un año exactamente desde la muerte de Juan Carlos, y casi seis meses desde que estaba internada en el hospital psiquiátrico. - hospital-, dijo sarcásticamente para sí misma, y metió las manos en su bata.

La verdad es que poco o nada habían podido hacer ahí por ella. Decían que tenía alucinaciones, pero a ella ese diagnóstico no terminaba de convencerla. Cuando dormía, soñaba con los días de un año atrás, cuando su esposo todavía vivía, y eso era perfectamente normal en cualquier viuda reciente. Lo que no fue normal fue su intento de tomar un frasco entero de píldoras para dormir, alegando que quería no despertar, porque era más feliz en sus sueños.

Sus amigos se preocuparon tanto por ella que prefirieron internarla a preguntarle qué era lo que le pasaba realmente; pero ella no los culpaba, aunque tampoco los echaba de menos. Estar en ese hospital le había demostrado el poco apego que le tenía al resto del mundo. Lo único que realmente extrañaba era a Juan Carlos. Vivir sin él era mucho más complicado de lo que era aceptar ser viuda. Era como si una parte de ella se hubiera ido para siempre con él, y si eso no volvía a una persona loca, entonces probablemente ninguna razón hubiese sido lo suficientemente buena.
(...)

[Aperitivo de "Los Diez Días de Veronica" en la colección "Amor Fugaz"]