La Recomendacion del Chef

Fragmentos salidos del horno una vez a la semana. El autor recomienda: el amor embotellado o la muerte enjaulada.

jueves, 3 de junio de 2010

La Muerte Enjaulada

Matías no era mayor de siete años el día que le dijeron por primera vez que estaba destinado a no morir. Había estado jugando como siempre, como tantas veces le habían dicho que no lo hiciera, en el estudio del abuelo, cuando había descubierto un pequeño pajarillo azul fluorescente que dormitaba en una jaula.

Maravillado por el hecho de que parecía brillar con cada respiro, el niño corrió de inmediato a buscar su copia del “manual de las criaturas de todo el planeta”; un libro escrito por un ecologista polaco antes de la segunda guerra mundial y que contenía, para él, todo el saber natural de la humanidad. Su emoción creció todavía más al no encontrar ningún registro de un animal que se le pareciera. Era evidente lo que esto significaba: había descubierto una nueva especie desconocida hasta el momento para el ser humano; y por tanto como buen investigador, resolvió que lo mejor sería estudiarla a profundidad para descubrir cuales eran sus características y origen.

Aún ignorando la lógica de que alguien debía ser su dueño para que pudiera estar en una jaula, Matías cargó con el pájaro hasta su habitación y se encerró en ella para poder observarlo con más calma.

No fue sino horas después que a Helena, su madre, se le ocurrió entrar a ver qué tenía a su hijo tan entretenido. La mujer de inmediato soltó un grito.
Lo encontró echado en el suelo, boca arriba, con los ojos en blanco, escuchando en estado de trance el cantar suave y melódico del ave que revoloteaba ahora libre por todo el cuarto. Al verla, el pájaro se detuvo de inmediato y se lanzó a toda velocidad hacia la libertad; pasando por el hombro de Helena y volando por el pasillo desesperado por encontrar una ventana.
Para su desgracia, en el momento en que divisó una nueva puerta abriéndose, fue atrapada en seco por las manos firmes del padre de Matías, Alberto, y regresada sin demasiados problemas a su jaula, aunque entre una multitud de sonidos de protesta que ningún ave normal hubiese sido capaz de hacer.

Helena corrió a abrazar a su marido; por poco y ocurría una tragedia. La mujer le contó con preocupación la situación en la que la había encontrado, y el estado en el que se hallaba Matías a raíz de eso.

Alberto, con la serenidad que lo caracterizaba en todo lo que hacía, tranquilizó a su mujer, y entró a la habitación de su hijo, que ya se recuperaba del extraño trance, sentándose en su cama como muchos años después sería retratado en su estatua de mármol de la cripta de la familia del Valle.

“Matías, comenzó diciendo, ¿sabes que tu abuelo es muy bueno jugando a las cartas?”
Matías, que se esperaba un regaño, asintió sin entender del todo el porqué de la pregunta.

“Hace mucho tiempo, cuando estaba en el ejército, tu abuelo recibió una visita inesperada en las barracas en las que vivía. Su fama como jugador era tan grande que varios de sus amigos se la habían llevado a la tumba e incluso más allá, y había llegado a oídos de la misma muerte; que se había sentido insultada al saber que había dicho que era capaz de engañarla incluso a ella si se encontraran jugando a las cartas. Ella se dispuso a llevarse su alma en venganza, pero como tu abuelo sabía que la muerte era obstinada y orgullosa, la retó a una mano de póquer, apostándole su vida contra la libertad de ella. La muerte aceptó el desafió, y las cartas se repartieron. Esa ave no brilla sin ningún motivo. La razón por la que lo hace, y por la que canta como puede hacerlo, es porque sabe que los humanos se maravillan de esas cualidades, y se van a sentir tentados a liberarla, y ella quiere recuperar su libertad después de haberla perdido. Cambia de forma con cada uno de nosotros que está a cargo de cuidarla, y el turno de cada uno se termina cuando nace su primer hijo. ¿Ahora entiendes por qué no queríamos que la vieras?”.

Matías reflexionó un momento en silencio, y luego miró desconcertado a su papá, esperando una respuesta.

Alberto lo tomó entonces de los hombros, y le dijo por primera vez las palabras que lo marcarían de por vida.

“ese pájaro es nuestra muerte Matías, mientras no lo sueltes, no puedes morir”.

[Aperitivo de "Los Inmortales"]

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